Han llegado los barcos del sur
y no esperabas en la ensenada.
Después del miedo,
desconociendo el paradero
del invierno que perdiste,
decides arrancar la raíz muerta
para escapar del páramo.
Te has fragmentado en los cuerpos de los jóvenes,
en la promesa de la lluvia,
en los callejones que huelen a naranjos,
en los niños que cruzan el paso de cebra
inconscientes de que su seguridad
llena de luz el mirar de quien
contempla su reciente aterrizaje.
No perderás más inviernos
porque te has tatuado en la escarcha de los días,
estás en la paz de la mujer que habita
este patio de canciones antiguas,
en la melodía que enciende
la lumbre cuando araña el frío
y se derrumban los párpados.
Has trascendido la frontera de los mapas del gesto,
mecida por el susurro de una ciudad-laberinto,
madurando en la persistencia del temblor,
pues eres piel encendida atravesando el poema,
electricidad que germina en los surcos de la voz.