sucumbir a la noche,
permanecer en el umbral de la inercia,
rasgar la página,
apretar los puños tan fuerte,
tan fuerte que los nudillos duelan
y ese dolor devuelva la vida a la habitación verdusca,
inflamar llamas cuando el frío es un torrente que invade
los últimos del cuerpo sonámbulo,
resplandece la voz interna
y los pingüinos se apilan abrumados
ante lo inexorable de este desierto.
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