El año en que dejé de ser joven
los días se confundían como nudos
idénticos: Colgados bajo tus ojos,
los instantes morían dejando a su paso arrugas casi imperceptibles.
Seguían publicando noticias en aquel plató sin director
y el mundo giraba en torno a la soledad
de esas diminutas pantallas resplandecientes; transmitiendo el eco de la continuidad.
La continuidad era una sala de espera
a la que los individuos, cabizbajos,
asistían sin motivo ni conciencia,
como envases de plástico
arrastrados por la marea.
El sistema perdurable empañaba la belleza intensa de lo efímero.
El acto de aquella obra era solo ruido de fondo.
Nadie me ofreció el cambio de guion que necesitaba.
La cuerda era áspera y tenía las manos heridas.
Olía a pólvora, pero los crímenes se habían cometido sin necesidad de pistola.
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