Soñarnos en las carreteras turcas
amplía mi tolerancia a este último
trago de adioses y de cambio,
con su dosis de malos sueños,
irrefrenables ganas
e inevitable miedo
al cerrar capítulo
y empezar de nuevo.
Hay una corriente
que no me deja descansar
tal vez sea la luz de las pantallas
a las que vivo adherida
o esta falta de de certeza
que me araña la garganta.
He de huir mucho y rápido
a diario
a través de la tierra, a través del asfalto,
a través de la rutina, a través del cansancio.
Cuando busco paz, Google me responde
con palomas y ramas de olivo,
o con la capital boliviana.
No es satisfactorio
(como los análisis lingüísticos de ChatGPT).
Qué hago con tanta gana,
qué hago con tan pesado miedo,
cómo me vuelvo liviana.
El colapso del sistema sanitario,
las cartas tardías de las elecciones autonómicas:
trazos de este mapa desarticulado del presente.
Estas lluvias pasajeras
me inundan el paisaje
como la ilusión
cada vez que cruzas el umbral
aliviando
estos días de transición lenta
acercando
el verano que se hace de rogar.