El nido acogedor y al fin completo,
derritió el frío de la carretera infinita
sometiéndonos al pacto de los lobos,
devolviendo la luz que cicatriza heridas,
acercando el mar a las bocas de musgo,
encendiendo la vida en los surcos de la ausencia.
Las horas nos mecían frágiles y somnolientos
al vivir la cercanía del mar como quien gravita en el sueño,
su ternura permanece latente al alzar el vuelo,
tatuada en la expresión, en la rutina, en los gestos.
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