Ha despertado,
soñaba con el Etna ardiendo.
Hay un viejo en el comedor
cantando canciones para sí mismo
y un perro blanquinegro en el balcón de madera,
su blanca pintura tiene muchas grietas.
Los aviones nunca pasan por aquí,
donde alguien silba
con el cuchillo en la mano,
dejando caer la sangre sobre esta tierra muerta.
Su piel curtida no tiembla
al llevar la gallina que servirán a las cinco.
La tarde se posa lenta sobre ellos,
indiferentes ante los tanques que cruzan Mojave.
domingo, 14 de abril de 2013
Ciegas las horas
se corrompen en sorbos de café
y llamadas telefónicas.
La vía muerta,
trenes de destino ajeno,
tiendas donde el tiempo se condensa,
serenidad del gato que habita el patio,
escuchando un lejano Wade in the Water,
envuelto en el sopor del domingo,
bajo un cielo que deslumbra
cuando los escorpiones duermen.
se corrompen en sorbos de café
y llamadas telefónicas.
La vía muerta,
trenes de destino ajeno,
tiendas donde el tiempo se condensa,
serenidad del gato que habita el patio,
escuchando un lejano Wade in the Water,
envuelto en el sopor del domingo,
bajo un cielo que deslumbra
cuando los escorpiones duermen.
martes, 2 de abril de 2013
El frío pegajoso
se ha posado sobre sus brazos
un martes no numerado.
Todos están reunidos pero no ella,
ella lee sobre las maravillas de la hierba en el desierto,
ese desierto donde camina descalza para clavarse espinas de cactus,
gritar,
quitárselas
y retornar a su sonámbulo mutismo.
La irónica rutina de Prufrock resuena aún
deshaciéndose en la voz insegura
de quien sufre más articulando palabras que leyéndolas,
como una canción triste en un oído saturado.
Mucho trabajo
para una boca que rechaza café
y este lento frío
que se adhiere a la palabra,
congelándola,
deteniendo el poema,
desarmando sus corazas
hasta que la permanencia es solo el vacío,
el absurdo,
la poesía después del poema.
Poema roto.
Sus migas sobre la moqueta.
se ha posado sobre sus brazos
un martes no numerado.
Todos están reunidos pero no ella,
ella lee sobre las maravillas de la hierba en el desierto,
ese desierto donde camina descalza para clavarse espinas de cactus,
gritar,
quitárselas
y retornar a su sonámbulo mutismo.
La irónica rutina de Prufrock resuena aún
deshaciéndose en la voz insegura
de quien sufre más articulando palabras que leyéndolas,
como una canción triste en un oído saturado.
Mucho trabajo
para una boca que rechaza café
y este lento frío
que se adhiere a la palabra,
congelándola,
deteniendo el poema,
desarmando sus corazas
hasta que la permanencia es solo el vacío,
el absurdo,
la poesía después del poema.
Poema roto.
Sus migas sobre la moqueta.
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