Ha despertado,
soñaba con el Etna ardiendo.
Hay un viejo en el comedor
cantando canciones para sí mismo
y un perro blanquinegro en el balcón de madera,
su blanca pintura tiene muchas grietas.
Los aviones nunca pasan por aquí,
donde alguien silba
con el cuchillo en la mano,
dejando caer la sangre sobre esta tierra muerta.
Su piel curtida no tiembla
al llevar la gallina que servirán a las cinco.
La tarde se posa lenta sobre ellos,
indiferentes ante los tanques que cruzan Mojave.
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