Quemar horas presagiando la dificultad de una última batalla.
El laberinto me devora,
vértigo en los márgenes de su crepitar,
tiemblan los cercos que dibujó
el artesano sobre la piedra.
Hay remolinos de códigos antiguos
y palabras en desuso.
La única estela
ensombrecida en el olvido.
Está oscuro.
No entiendo nada.
Aumentando la nebulosa de ideas inconexas,
vislumbrar el dolor
y sonreír paciente.
Volver a la tormenta
como lobo de mar.
Cautiva de las alarmas
y de las páginas ininteligibles,
descifrar despacio,
como quien busca la primera pincelada
en un cuadro impresionista,
con sed
pese haber secado el río,
tras haber olvidado el miedo,
empezando a jugar.
Retorcer las grafías hasta que sangren,
aplacando las mareas con humo azul,
tras haber encendido el faro en la noche de la memoria.
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