desde el palco,
con su vestido vaporoso
y nariz respingona
observa la muerte de Segismundo, impávida.
sus perlas brillan frías,
cada una es otro latigazo en la espalda
del soñador que la anhela
tras la cortina de terciopelo púrpura.
de pronto tiembla la sala,
se oyen ladridos y una cobra se desliza
por el cuerpo del cantante,
como si fuera de caramelo.
no hay luz
pero la voz del tenor se eleva
hasta estremecer la tierra,
suenan los monóculos rotos.
incluso la piel del hielo se derrite a oscuras.
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