Esperan bajo el reloj a las cinco y media de la mañana, es lunes, podría ser Noviembre. Apenas se distingue la plaza bajo el anochecido llanto del cielo, solo dos figuras en la penumbra. Él fuma intranquilo, como tratando de suplir una carencia, a la vez que, con sigilo de gato experimentado, la observa cauteloso. Ella, por el contrario, parece hallarse lejos, mientras, absorta, contempla cómo la lluvía parece desconchar las piedras. Su rostro le resulta extrañamente familiar, el tiempo no ha desdibujado esa expresión etérea. Sin embargo, es incapaz de hubicarla en ninguna parte.
-¡Diluvia!-dice él.
Ella deja al silencio tensar las cuerdas del aire durante una aparente eternidad.
-Obvio, es más original el por qué de nuestra espera aquí, y el hecho de que ambos estemos completamente sobrios. -De improvisto, el desasosiego atrapa la lluvia y escribe una melodía ya conocida por él.
-¿Tienes fuego?-pregunta ella, y deja que atisbe el reflejo de aquel niño que jugaba a ofrecer fuego imaginario, siempre desafiante, mirándolo solo a él tras el cristal..
-Fumar mata.-acierta a decir al pasarle el mechero.
-Usted y yo sabemos que la muerte es también un aprendizaje.-y se marcha, impasible ante la lluvia que todo parece arrasar.
Menos de tres horas después, él compra parches para dejar el tabaco.
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