La condesa sangrienta,
su mecedora de nácar
la aisla pero no aunque no haga frío,
sobre su tejado, todos los pájaros duermen,
Heráclito descansa sobre un estante,
el zaguán que olvidamos sigue allí,
junto al aljibe que conservamos para que se detenga el tiempo.
Su momento íntimo,
ese cauce de vida,
ese tiempo perdura en los ojos suaves
del hombre-destino.
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