Se sintió
tan manchada de mediocridad pegajosa
que tuvo que huir a replegarse como caracol noctámbulo.
El cielo había cogido ojeriza
a su palabra indigesta
recortando su respiración
hasta desvancer latidos.
Justo 37 minutos y 14 segundos después
decidió encontrase en otra dirección
aún sin esbozar
sobre glicinas y papel cebolla.
No había mora dulce
en torre de zarzas,
solo vacío
de haya ahuecada.
Perdió mapas
sin querer perderse.
No lo haría,
porque al temblar los almendros
prometió seguir fiel a sí misma
por milésima vez.
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