la niña solo mira las sábanas blancas
y tuerce la boquita
un poco más
con esos ojos de agua estancanda
capaces de oscurecer aceitunas negras,
mientras su madre, compungida,
deja la estancia
y baja a la playa
donde jugaban
volteando horizontes de sal y beso
antes de que la arena aullara silencio.
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