bebiste leguas
en el país de los cuerpos ingenuos,
creías que la dirección
no conocía espejismos,
que la cercanía apagaría
las heridas de aquel marzo
sin oxígeno
sin piel,
sin rastro ni puntos de sutura,
fuiste el volcán de las mujeres nubladas,
grito enterrado en las escamas de una cobra.
Lo irrevocable resucita
con la madurez de la fruta,
pero ahora no es antes,
la voz aterriza a destiempo,
este azar tan bello
es el juego más sigiloso,
la llamada del viento.
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