domingo, 18 de septiembre de 2011

El deseo
es agua inquieta
y sed de metal.
Aquel juego,
una redención con piel expuesta,
la posibilidad
de encontrar a ese niño que desertó antes de tiempo,
un alivio
antes de subir al coche,
las grietas en el óleo intocable,
una brisa con sabor a ciudad deshabitada.

El gato calla ante la tempestad,
solo eschuchar
esa llamada intempestiva
a través de la voz más ajena
pero tan cerca
que es tacto.

El tacto es vida
la vida son esos minutos entre las esperas
y otro café después de abrir los ojos.

Este día,
la metrópolis,
su imposibilidad atractiva.
Dentelladas en seda,
un columpio vacío,
¿Por qué se estrella el silencio?
Han puesto gasas en el triángulo
que describiste,
para que no duela.

He aquí el letargo rebobinado,
algo está muerto,
pero allá lejos,
en este renacer del olvido estratégico
el puzzle no tiene piezas suficientes
han quebrado las mejillas del sol,
los jaguares que luchan a inmovilizarse,

Anochece,
pesan tanto las perlas de titanio
sobre el cuello más débil...

Hay párpados, espuma y mensajes
en las orillas de este absurdo avanzar.

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