Un último amanecer
le libra de lo que no puede intuir,
las luces vespertinas encienden
la ciudad,
sus árboles murmuran débiles,
el río transcribe palabras perdidas,
no hay eco comparable a su lento temblor,
alguien canta a lo lejos,
no hay conexión con su letra tenue,
es tan solo un ligero zumbido
bajo la ilusión de la mañana más limpia.
No lanza guijarros contra la ventana del león,
el rencor es el rastro débil
de una pasión inmadura.
La distancia para despejar paisajes.
Ella se va,
pero ha vivido mucho,
este tiempo ha sido el filo
del cuchillo más lento,
el renacer de las naranjas
tras tanta interrogación confusa.
Ahora entiende.
Por eso ama tan despacio,
tan lento.
Ha descrito un círculo,
su boca es la sombra en el eclipse,
hay seísmos de luz en su caminar pausado.
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