Ayer tu piel brillaba más,
hablabas animadamente
y tus ojos reflejaban
vagamente aquella paz
que antes desprendían.
Fue una ensoñación. Un respiro intermitente.
Al día siguiente tenías frío cuando llegó ese látigo de fuego a arrasar el campo que tanto amaba, esa tierra que había recorrido con mis manos, ese refugio ahora en plena guerra.
Todo palidecía. El sol se pudría detrás de las nubes hostiles.
Solo cabía esperar.
Sufrir y esperar.
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