Me recuerdas mucho
a tal actriz,
dijo con sorna.
Renoir, Truffaut y Cassavetes bailaban en una fiesta privada,
Antonioni perseguía mujeres en andenes vacíos,
Kubrick despistaba planetas extraños,
Gus Van Sant exprimía el dolor del silencio más lento.
Pudo haber elegido cualquiera,
pero era ella,
la mujer volcán de cabello oscuro
y tabaco rubio
quien no era,
quien quiso ser,
y aquella palabra fue advertencia,
rompiendo su realidad como vaso roto.
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