Calculaste mal la latitud de mis manos atadas
pero aquellas caricias
anularon los cortes.
Luego, la despedida se disolvió con agua y pintura.
El artesano,
su garganta de madera
y mente de algodón blanco.
Nos esbozan.
El friso, lo miramos, quema.
Necesitamos un silencio prolongado
y todo vuelve a su cauce.
Nadie conoce más que una imagen,
el saludo es frío y seguro,
como una ecuación
al buscar certeza.
Donde no quepa la palabra,
pongamos una cortina de lino azul.
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