miércoles, 27 de marzo de 2013

La intensidad del ayer
cuando el Golden Gate se fundió,
los cuerpos encendían el umbral,
la palabra mañana había desaparecido de los diccionarios bilingües,
una tormenta embrujaba el final de la ruta 66
y el presente era una marea de imágenes armónicas
devorada por los amantes eléctricos.

Todos los cauces se unieron,
la pétrea ciudad de silencio
se bañaba de luz,
tiñendo aquella despedida de sol menguante,
presagio de finitud
envidiada por dioses.

Nitido instante.
Explosiones calladas.
La extenuación se extinguía
como hoguera débil,
no existía ni siquiera el presagio
 de esta boca seca
paladeando distancias inconmensurables
y el cíclico retorno a la espera.

El incendio ennoblece la ceniza,
la ficción alivia los huecos del ser,
los latidos dulcifican lo inmóvil,
no hay nada más deseado
que el oasis
para quien vive en el desierto.