martes, 20 de septiembre de 2011

Dimanche lente.



Olvida las ruinas, le dice al enemigo.

María Rosal.

Ni el Aullido de Ginsberg es suficiente
para aplacar estas palabras selladas
en sangre y carmín
palabras de un único ayer,
ayer es el sueño con tinta azul,
la arquitectura del olvido,
respuestas herméticas en vagones al azar,
láminas de impulso
para saciar la sencillez de estar vivos.


Nadie dice nada,
el amanecer resplandece en este cuerpo
que se atreve a confíar
pese a los autobuses alejados
y aquellos siete minutos
sobre el andén,
como una esfinge,
esperando la cercanía
a través una postal
con Andy Warhol meciendo la pesadumbre ligera,
marchitándose en el nerviosismo de unas manos
inundadas de deseo,
reteniendo la pasión temprana
después de quebrar aquella última muralla
del hombre de neón oscuro.

No queda recelo
en los ojos sin sueño otorgado.
Caladas de infinito más cerca,
descubrir el origen al caminar escuchando ecos.

La esperanza es un pájaro errante
cuando no entendemos los porqués de la tierra.
El cuerpo vacío y expuesto,
entregado al valor y la espera.

No hay golpe tenue,
ni garganta salvable
al paso del tiempo.

Había olvidado el placer del riesgo,
vivir tan rápido y dulce,
vertida en la adhesión improbable a un ángel maldito
por su belleza.

Conocer el dolor,
integrarlo al mural,
traducirnos en este gesto.

Aquí, un cuerpo vendado
pero aún joven,
otra inscripción sobre piel prematura:
su futuro;
no existe mar más blanco.

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