martes, 10 de abril de 2012

Magritte.

Aquella noche fue la cicatriz
en el óleo,
la espina de la rosa prematura,
ese glaciar sobre un fuego.

La resignación de Pasífae
sobre el vacío de Chirico,
ese salto
al abismo de la sangre,
un sello del pájaro oscuro,
su mortal silencio.

La orfandad se hizo visión,
una piel  tan azul bajo
esa serenidad cruel del cielo.

La hecatombe como punto de partida,
y después tantos sombreros y lunas,
telas húmedas como un río en invierno.




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