lunes, 17 de octubre de 2011

Las horas se encienden
en la plaza de las palomas rechazadas.

El espacio son los terrones de azúcar integral
que te supieron siempre a tan poco.

Hay sárcofagos para quienes vendan la luz,
no queríamos oscurecer tantos otoños.

Miro el reloj.
Ha pasado una hora y media.
Te ondulas
al rasgarse el vértice del tiempo contra la pared.


La noche es la extensión de tus porqués irracionales,
su contorno, oasis turbio.

¿Por qué este coincidir constante de los peatones en la ceniza?
¿Por qué arena y ébano sobre la piel de menta?
¿Por qué no dijiste nada cuando diluvié los pasillos de la voz?
Los recuerdos son ahora enredones en mi pelo,
pero me baño en esta paz del acorde sostenido
y nada

Nada concierne a quien se sabe libre,
no estás,
el universo es una hélice
y no sé dónde dejé el límite de la palabra,
dónde se esconden los animales heridos
cuando nadie les cose el abrigo.

Un día, el sol y las castañas desaparecerán.
Dejará de ser octubre.
Y ya seremos otros.

No importa.
Estoy en la pausa de los rascacielos,
en el lunar remoto de una página perdida.

Me siento viva,
soy marea sin muros,
la inercia difícil,
aunque te resistas a creerme del todo.


Y hablaste de Estambul.
Cerré los ojos.
Aquel paraje prometía ecos distantes.

No hay comentarios: